DES TIERRO

Hubo un tiempo

En el que creí ser diferente a las piedras

Con las que mi abuelo

Construyo este huerto

Que algunos llaman casa

martes, 23 de marzo de 2010

miércoles, 24 de febrero de 2010

Oración verde para un alma grande

Por: Cristian Picón

Para la iaia que perturbó mi sueño hace unos días

¿Quién hubiera creído que eras tú
La del ungido estruendo a cada paso?
En medio de los objetos comunes y corrientes
Has colocado una mano, una balanza, un órgano podrido
Un rosario.
¿Quién hubiera envidiado tus peleas?
¿Quién tu patria sin rostro y sin árbol?

Las puertas a las que nunca tocaste
Se secaron

Los muertos que de por sí eran muertos
Antes de haberse ido
Te sorprendieron llorando
A la orilla del abismo
y no te dieron una sola expresión
de paliativo.


Nadie,
Ni los perros a los que alimentaste
Creyeron que tu sonrisa estaba
En el fondo de una mueca del tiempo.

Abrasaste tu cruz hecha de avispas
Los sueños que jamás te ocurrían
las madrugadas entre lluvia y ceniza
Los parques, las avenidas,
los faros, la mar, las margaritas.

Eras de noche mientras reías
Del fuego que devora los huesos
De nubarrones prestos a la malicia

Nadie te creyó cuando dijiste:
“Esta es mi vida”
Ni cuando lamías el polvo
Y pintabas de colores las brochas
Con las que se despinta la valentía.

Eran tiempos condensados de fiera en la palabra
Tiempos de andar cargando lodo en la garganta

Y aire en los zapatos

Tiempos de andar huyendo del retrato

Y terminar llorando en el retrete.


Pero la suerte quiso

Que quisieras querer ser luna llena

Quiso la suerte un quicio

Un salto alado, un hechizo

Quiso que la navaja se cansara de tener doble punta.


Y nació tu milagro con ombligo de fuego.


Tu rostro viejo
Se convirtió en verano
Tus palabras, tu voz, tus cayos
Dejaron de tener rencor
Y fueron a parar al viento que nos trajo a nosotros
En medio de la selva de los días
En donde
Tú sonríes
Como quien sabe a dónde termina el agua
Que nos cae de las nubes y de los terremotos
Cuando se tiembla
Sin saber porqué temblamos.

¿Quién hubiera pensado
que algún día,
en algún lugar del abanico,
tú creíste en las cosas
que pocos, muy pocos, hemos creído?

II/II
¿Qué podría decir yo que no supieras?
Qué podrías decir tú de tantos mares
Que navegaste
Capitaneando un barco de aire.

Siempre te pensaste y te piensas
Incompleta
Nunca terminarás de llover para tus trampas
Esas trampas aferradas
Que te pones delante
Y que terminas por no resistir

Eres una campana enmohecida
De la iglesia abandonada

Eres una fragancia antigua
Una flor siempreviva
Una palabra iluminada adentro en las entrañas

Estas entre las cosas que ocurren inevitablemente
En la espalda
En la calle
En la esperanza
En la flama.

No compartes tus sueños
Porque los consideras tuertos
Cortados en pedazos amorfos
Descompuestos por el paso del miedo.
Tienes razón cuando dices que nunca fuiste buena
Tienes razón
La bondad es amiga de la codicia
Tienes razón y sabes que no tienes razón.

Ya ves que tal parece que no sé a dónde voy
A pesar de saber de dónde vengo.

Tienes razón
No te amo
No quiero a Dios
Ni creo en los milagros

Pero creo en tus manos
Que a fuerza de cansancio
Me alimentaron

Creo en la sonrisa que no finges
En la codicia que no ejerces
Y estoy de acuerdo casi siempre
Con la forma de tus estupideces.

Síguete cansando
Muérete de hastío

Bien sabes que comparto contigo
Esa idea que tienes del infierno
Y que nunca he creído, como tú aseguras
Que existe el paraíso.

jueves, 4 de febrero de 2010

NOCTURNA


Por; Cristian Picón

Te abandonó el interés por las calles
y
cuando cierras los ojos,
en un segundo
percibes la tibieza de tus muslos
y el desamor que fermenta en tu aliento.

Procuras temblar con prontitud
ante las puertas de las casas
que no tienen un árbol sembrado
en su banqueta.

Constantemente evocas los vértigos
que tu sol por las noches
te conducía con ingenio
hasta el amanecer.

Has alimentado a la oscuridad
y ella comparte contigo
su leche y su veneno.

Lastima el descaro
con el que se habla por el televisor,
la mirada lasciva de tu arcaico vecino
y
la terrible agonía de los poetas.

Prefieres los ladridos de un perro
que, a lo lejos, acarician tus entrañas mordidas,
desgarradas por el colmillo
de las noches soleadas
en tu templo.

Ningún hueco tibio o helado puede ocultarte
de los destellos luminosos.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Resfriados de lluvia


por Linda Guiza

He esperado más de lo que tiene un día
bosques de constelaciones

He intentado correr descalza
en un terreno con resfriados de lluvia

He saboreado las resacas que alguna vez fueron un mar rojo:

canciones inconclusas

He calculado el tiempo;
mi mejor pasatiempo por la tarde

En algún lugar del segundero
he escrito imágenes
como hilvanando una llaga
teñida de orgasmos distantes

El resplandor de las hojas blancas me ha dejado sin ver
mundanamente desfavorecida:

Hoy tengo conciencia de que me canso,
que no soporto los desvelos,
que cambia mi rostro,

que la tierra quiere respirar
y yo también

Me miro al espejo y no pienso en regresar el tiempo:
hoy sólo quiero detenerlo

Desgarro el olvido y la memoria
y lloro al final de mi nombre

martes, 2 de febrero de 2010

el mar que te mira


EL MAR QUE TE MIRA

Desde que los labios de la noche
Han aprendido a pronunciarte
Yo duermo como si no tuvieran cicatrices

He creído tener vida eterna
En medio de tu reloj de arena

La patria soy yo
Dentro de ti
Cuando suelo pensar en la tibieza
Que hizo de la tarde un racimo de luz

Fuera de ti soy una isla de agua
Sin peces que naveguen por mis capas

Te atrapo y sigues fuera
Como la piel recibe al sol

Porque la soledad es un anzuelo
Que nos gusta morder

Cuando tu cuerpo es luna llena
Yo soy el mar que te mira
Recostado sobre la arena

el mar que te mira

EL MAR QUE TE MIRA

Desde que los labios de la noche
Han aprendido a pronunciarte
Yo duermo como si no tuvieran cicatrices

He creído tener vida eterna
En medio de tu reloj de arena

La patria soy yo
Dentro de ti
Cuando suelo pensar en la tibieza
Que hizo de la tarde un racimo de luz

Fuera de ti soy una isla de agua
Sin peces que naveguen por mis capas

Te atrapo y sigues fuera
Como la piel recibe al sol

Porque la soledad es un anzuelo
Que nos gusta morder

Cuando tu cuerpo es luna llena
Yo soy el mar que te mira
Recostado sobre la arena

El sueño de Adán


Por: Cristian Picón

No era la primera vez que miraba con voracidad aquel verde espeso y sus interiores. No era de ninguna manera la primera vez que su mirada incendiaria recorría los ramales inundados de rocío que arrellanados unos sobre de otros, daban el aspecto de haber sido hechas a mano. Él conocía bien esos parajes, los podía recorrer incluso con los ojos cerrados. Ahora sus pasos parecían demasiado carnales, dirigidos obsesivamente hacia un objetivo enteramente vital. Creía que mientras caminaba, el bosque entero estaba vivo y no solo eso, sino que se ensanchaba como abriéndole paso. Él se sentía vigoroso, más eterno que siempre, menos anciano. Escuchaba el veloz fluir de la sangre por todo el espesor de su cuerpo.
No pensaba, solo le rodeaban imágenes, visiones del futuro, sonidos ininteligibles, fluidos, realidades posteriores a sus pisadas.
La noche se perfilaba inexorable, pretendiendo complicidad, todo estaba dicho, todo se haría de manera dictada por algo supremo.
Lentamente la maleza se dividía, se agrietaba con solemnidad para él, que en ese momento era el único hombre sobre la tierra. Era un enorme valle rodeado de coloridas formas hechas flores y frutos.
Un viento tibio apenas hacía mover sus largas vestiduras, le acariciaba el rostro y murmuraba secretos que solo él podía escuchar.
Su mirada recorrió el valle centímetro a centímetro hasta encontrar una roca casi en el centro, puesta encima de un montón de ramajes.
La noche comenzó a extender su manto por sobre el bosque dando paso a una enorme Luna crecida, el manto celeste abrazaba toda aquella planicie avivando los sentidos del bosque. Él se sentó sobre la gran piedra con una aparente afabilidad como quien se sienta para esperar a que amanezca sin más incomodidad que la de sus tersas ropas. Acariciaba su barba blanca mientras sus ojos se extraviaban evasivamente en la eternidad, por sobre el horizonte de donde salió ella.
Ella de cabellos negros y largos, ella caminando hacia él como guiada por un magnetismo espiritual y lascivo, ella tan desnuda como si nunca hubiera caminado con prenda alguna, ella segura de si misma con una soberbia que ni él ni nadie podía dejar de perdonar, ella con mirada de antorcha y movimientos ínfulares. Ella destazando la noche. Ella esbelta y grandiosa, amante perfecta de cualquier imperfecto, ella moviendo las manos como quien acaricia el terciopelo.
¿Y él? Él solo miraba apuntando en su mente todos y cada uno de los movimientos entrelazados con su deseo, un deseo totalmente virgen, totalmente incontenible.
Cuando la distancia era nula entre los dos, en el determinante momento en el que ya nada se puede hacer para detener lo que nunca nadie ha podido detener, él, frío por solo un instante, estiró su largo brazo y la detuvo deseando lo contrario.
Ella lo miró de tal manera que a él se le derrumbo el brazo para luego estrecharla contra su pecho experimentando al unísono con el tacto a flor de piel lo que significa ser divino. No hubo lugar para signo alguno de cariño paterno; solo se respiraba ese penetrante vapor tembloroso que únicamente el deseo carnal puede producir. Ella lo despojó de sus luengas ropas mientras tocaba insensatamente aquel anciano cuerpo deseado. Él la miraba sin saber a ciencia cierta en qué parte de su cuerpo concentrarse, en qué parte de su mente atrincherar su furia que en aquel momento apenas podía tornarse en impotencia.
La cubrió con sus brazos acariciando las nalgas y pegando su duro miembro en la pierna de ella que lo frotaba con tal maestría que parecía no ser una virgen. La recostó sobre la roca extensa y gris, su lengua se sumergió en el badajo de ella, ella que lo recibía sin discreción, sin titubeos, ella que lo amó desde siempre. Él agitado, ella jadeante, él entrando y saliendo entre un montón de estremecimientos perpetuos, ella abandonándose a la eternidad, yendo y viniendo empapada en fluidos.
Él imposibilitado a la cordura, ella rasgándole el alma.
Los sudores y los cuerpos se hicieron uno, la noche se hizo día y el cielo se nubló.
Entonces, sudando y alterado, Adán, aquél padre nuestro, aquel primer muerto en la tierra, aquel primer loco de atar, despertó repentinamente de su desquiciado sueño y con el corazón apretujado, miró que Eva estaba a su lado, alumbrada por la luna del alba y llena de tranquilidad, dormida placidamente abrazada de él. Adán miró al cielo y se sintió traicionado por su padre, despojado, desguarnecido. Nuestro padre entonces lloró inconteniblemente mientras por encima del alba el mundo dormitaba mirando al cielo con un dejo de inocente reproche. Así fue, en ese momento, cuando ya no pudo evitar ver a su compañera con los mismos ojos. Aquella noche la despertó con caricias terrenales, sinceras, enloquecidas. Aquella en que su Dios le mostrara el sendero del goce, de la salvación, de la felicidad. Así fue como se despertó en la primera mujer la necesidad de anclar en el placer, arrancada del árbol del desconocimiento. Así fue también que después de aquella madrugada y aquel acto envidiado incluso por el sueño de dios padre, fue compuesto el primer poema por el primer hombre en el principio de los tiempos.

ESTACIÓN

Sigo viviendo aquí
Sigo pidiéndole opinión al desaire

El tiempo parece que no pasa Para los muertos de algo

Un resfriado de lluvia
Que no llueve
Una palabra que no se quita el velo
Unas manos que no han dejado de ser mías
A pesar de haberme negado ante otras manos

Cuelga del muro cuarteado de mi cuarto
La misma certera incertidumbre
Que cuando jugaba al superhéroe
Y perseguía bandidos que robaban veranos

Cuelga también un marco sin foto y sin memoria

La ventana está enferma de quietud y desgana

Yo y mi pasado vivimos entre un aleteo y otro
Del colibrí que todas las mañanas
Remoja su pico en la herida del Cristo

Poesia y Movimiento 2010