Por; Cristian Picón
Te abandonó el interés por las calles
y
cuando cierras los ojos,
en un segundo
percibes la tibieza de tus muslos
y el desamor que fermenta en tu aliento.
Procuras temblar con prontitud
ante las puertas de las casas
que no tienen un árbol sembrado
en su banqueta.
Constantemente evocas los vértigos
que tu sol por las noches
te conducía con ingenio
hasta el amanecer.
Has alimentado a la oscuridad
y ella comparte contigo
su leche y su veneno.
Lastima el descaro
con el que se habla por el televisor,
la mirada lasciva de tu arcaico vecino
y
la terrible agonía de los poetas.
Prefieres los ladridos de un perro
que, a lo lejos, acarician tus entrañas mordidas,
desgarradas por el colmillo
de las noches soleadas
en tu templo.
Ningún hueco tibio o helado puede ocultarte
de los destellos luminosos.
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